Ciudades sin alma
- Pol Bragulat
- Nov 17, 2015
- 5 min read
“Si se ignora al hombre, la arquitectura es innecesaria”, dijo Álvaro Sisa, uno de los arquitectos portugueses más importantes del siglo XX. Desde el punto de vista filosófico, la civilización empezó cuando el ser humano se adentró en su mayor creación: la polis (o ciudad). Para los filósofos griegos, la polis era mucho más que un conjunto de calles con edificios. Se trataba de la vida fuera de la naturaleza, donde el ser humano abandonaba su carácter animal, empezaba una nueva etapa como ser racional y con sentido de la justicia. A pesar de que para ellos el espacio físico donde se desarrollaba la vida civilizada no era la esencia de la polis, lo que nos queda de su arquitectura y estilo urbanístico nos explica hasta qué punto daban importancia a este factor.

La forma en que se construye la urbe afecta a nuestra vida y mente. Por lo tanto, afecta a nuestra civilización y, en consecuencia, al sistema democrático que tenemos hoy en día. La arquitectura y el urbanismo están intrínsecamente relacionados con nuestra identidad y forma de ser, su relación con la civilización es clave. Es muy fácil verlo analizando la historia de los períodos más importantes del mundo occidental - los del resto del mundo no han influenciado de forma directa nuestra visón de la urbe. Podría empezarse por la Grecia Antigua y su sistema de ágora y acrópolis con el estilo arquitectónico clásico; siendo centros de su civilización las artes, la filosofía y el comercio. En el Imperio Romano, característico por sus ciudades organizadas con el cardo y decumanus y sus obras de ingeniería, se dio importancia en su sociedad a la practicidad y al orden legal y político. Durante la Edad Media, donde no hubo ningún desarrollo de civilización hegemónico en occidente, se construyeron ciudades de calles estrechas, tuertas y sucias.
En el Renacimiento hubo una revolución de la visión con la que se veía el mundo, con el humanismo y el antropocentrismo. La arquitectura y la forma de concebir las ciudades cambió radicalmente, poniendo énfasis en la practicidad y belleza de la vida de las personas, tanto en la social como en la privada. Un ejemplo puede ser los cánones impuestos ante la construcción de una plaza: los edificios del alrededor debían ser de un número determinado de pisos para que entrara la luz, la plaza no debía ser más grande que la distancia a la que una madre podía llamar a su hijo desde una ventana, y alrededor de la plaza debía haber un paseo porticado para poder caminar cuando lloviera. Todo esto se realizaba con un estilo de reminiscencias clásicas y embelleciendo al máximo el entorno. Más tarde, la otra gran revolución urbanística fue de la mano de la industrial, con el modernismo de bandera. Su objetivo fue dar cabida al ideal clásico de la urbe en la ciudad de las fábricas, el humo y las diferencias sociales. El caso de l’Eixample de Barcelona con el Pla Cerdà es muy ilustrativo. Todo el entramado urbano se organizó para crear un ambiente agradable, sano y práctico, pensando en todos los detalles de la vida de las personas, junto con el funcionamiento de la ciudad.
Ahora, la influencia de la ciudad física en el ser humano y sus ideas no ha cambiado, pero la mirada que hoy en día se da a la arquitectura y al urbanismo sí. Refleja la falta de dirección que nuestra civilización sufre, la sordidez, monotonía e individualismos inconexos que imperan en las ciudades modernas heredadas de la segunda mitad del siglo XX.
El tipo de arquitectura que se desarrolla en la actualidad es un síntoma de los problemas de todo tipo que sufre nuestra sociedad. Además, los agrava. Existe una falta de planificación del estilo arquitectónico deseado para la mayoría de las grandes ciudades. Lo único que se hace es preservar la imagen de aquellos barrios o distritos que fueron construidos en el pasado, han funcionado siempre bien y guardan un atractivo turístico y cultural. Pero las ampliaciones para dar cabida al crecimiento de población se han basado en un estilo de ciudad difusa o compacta que no guarda ningún interés visual o practicidad. Además, no existe una preocupación por parte de los ayuntamientos de la incidencia de los edificios en la vida de las personas. Sólo se garantizan los suministros básicos y la seguridad. La construcción de los edificios en un grupo de manzanas termina siendo un conjunto heterogéneo sin ninguna regla común de estilo -rascacielos individuales y torres altísimas de oficinas, todas con un diseño individual diferente para que destaquen por sí solas y den prestigio al arquitecto que lo ha diseñado.
Del mismo modo, por ahora, cubrir las necesidades prácticas de los ciudadanos no es el objetivo de los espacios públicos o privado-comunitarios. En consecuencia, aumenta la importancia del diseño de lugares de paso en detrimento de los sitios de convivencia y relaciones sociales. Al final, el ambiente urbano nos es hostil y totalmente opuesto al de la naturaleza, el cual termina siendo más agradable que nuestra creación. Carece de calidez y genera lugares sórdidos y de malestar anímico donde la convivencia es más difícil. Es por eso que existe una falta de harmonía con el entorno geográfico y natural, como puede ser el relieve, los accidentes geográficos, los ríos o mares.
Es preciso un cambio de mentalidad y estrategia, desde la planificación común de las zonas urbanas para solventar estos problemas. Debería retomarse el espíritu humanista y práctico del Renacimiento en la arquitectura, tomando las necesidades del ser humano como su centro. Para ello podrían aprovecharse las nuevas corrientes de estilo inspiradas en los ambientes naturales con claras influencias del modernismo, como por ejemplo de Gaudí. Gracias a esta corriente se ampliaría la importancia y el protagonismo de las zonas comunitarias y públicas en la urbe y su relación con la rutina de los ciudadanos. Un ejemplo histórico es el de las lavanderías comunes en los sótanos de los bloques de pisos londinenses en la época victoriana. La realización de actividades cotidianas con los vecinos ayudó a cohesionar a las comunidades locales y generar un ambiente de mayor convivencia. Asimismo, la heterogeneidad de los edificios y la falta de estilo propio de las ciudades podría ser paliado con la adopción por parte de las autoridades de una serie de cánones, teniendo en cuenta su historia, posición geográfica y tradición.
Si realmente queremos mejorar nuestro modelo de sociedad y la convivencia en nuestro sistema democrático, la arquitectura y el urbanismo deberían tener un papel más relacionado con las esferas de decisión pública y colectiva de la ciudadanía y no con la creación espontánea e individual de la mano invisible.
Comments